Texto 1: La amistad en nuestra espiritualidad
(Extracto de cuadernillo de CiJ El arte de la Amistad en Ignacio de Loyola de Josep Rambla sj)
La amistad en el cristianismo tiene sus fundamentos en la vida y la palabra de Jesús. La imagen de Dios-Amor y la vida de los primeros cristianos tal como aparece en los hechos de los Apóstoles dan cuenta de esa amistad.
“La amistad es una categoría olvidada de la fe y en la comunidad cristiana”
La amistad en la vida de Ignacio es una constante. Busca compañeros de apostolado. No excluye de ningún momento la relación amistosa, pero se preocupa de ayudar a las ánimas y para eso es importante el grupo de compañeros. Es el tipo de amistad que le movió a buscar los primeros compañeros de Barcelona, Alcalá y luego de País. La primera lección que Ignacio nos transmitimos sobre la amistad fue, así pues, que se trata de un proceso delicado, lento y frágil.
Ignacio trata de hacerse amigo de las personas, de ganárselas, pues el bien que ofrece no es algo que se ha de imponer, sino que se ha de recibir como un don, por tanto acogerse desde el corazón. La amistad con……..La amistad para…..
Se puede decir que en Ignacio haya una cierta predisposición a la amistad, ya que los mejores testigos de su vida nos hablan de su cercanía con las personas, de su comprensión, de su gran capacidad de relación humana, de su pericia para convocar voluntades, de su actitud siempre desinteresada y de su benevolencia.
Ignacio es el núcleo de una verdadera amistad. Aglutina amigos en un sentido pleno, humano y espiritual. Una amistad en “el Señor” con hondas raíces en el corazón y con una irradiación a todas las zonas de la vida.
Una invitación a recordar, recoger y pasar por el corazón tantas personas que nuestra misión nos ha regalado como amigos/as. Nuestro trabajo nos permite conocer tanta gente que ha enriquecido nuestro corazón y es un regalo en la amistad.
Texto 2: La amistad con las personas empobrecidas (con las víctimas)
Cuando hablamos del campo del compromiso social, una de las relaciones más trascendentales es la que se establece con personas excluidas. En realidad, cuando hablamos de personas excluidas parece que lo hagamos de un colectivo. Pero la amistad es precisamente la que distingue en el plano vivencial a la persona cordial y cercana, de la masa estadística y anónima. Por eso, a lo que nos referimos es a la relación de amistad establecida con algunas personas excluidas concretas.
Esa amistad resulta profundamente significativa para quien con buena voluntad trata de acercarse a algún espacio de exclusión. Transforma una dedicación perseverante y profesional en una experiencia afectiva. Es esa experiencia la que echa raíces más profundas y sostenidas en el tiempo. Se generan lazos de cariño con algunas personas o con algunas familias, que nos permiten entrar en su círculo de relaciones.
La característica más importante aquí es también la horizontalidad que se produce. Habitualmente suele haber distancia social entre quien, podemos decir, va a ayudar y quienes reciben esa ayuda. Son las personas excluidas las que, con frecuencia, dan un paso y más allá de la ayuda que reciben y que necesitan, por propia generosidad, acogen a un extraño y le abren sus casas, sus personas o su corazón. Es ahí donde se produce un salto en la relación. Está más en la mano de quien supuestamente recibe la ayuda. Quien la da tiene que estar entonces dispuesto a modificar una relación asimétrica, relativamente cómoda y aséptica, en otra horizontal y simétrica donde queda más expuesto y a la intemperie. A la larga saldrá más enriquecido, pero eso al inicio no se sabe, ni se puede dar por supuesto.
En ese tránsito, las relaciones cambian y empiezan a confundirse los planos del servicio. En realidad, lo que surge es un servicio mutuo, en el que cada parte da de lo que tiene. Además, esa ayuda deja de estar en el primer plano, para en momentos privilegiados dejar paso al intercambio sincero, a la sana curiosidad humana por saber de las otras personas, a la confianza y al cariño.
Quien se acerca para ofrecer su compromiso social en estas circunstancias, experimenta transformaciones. Tal vez se dé cuenta de que había acudido con la mejor de sus voluntades, pero ahora lo hace con el mayor de sus deseos. Iba para enriquecer a otros, pero sale renovado y ennoblecido. Siente que se han cambiado las tornas y comienza a cuestionar percepciones sociales que en realidad eran estereotipos y prejuicios. Todos somos necesitados e indigentes, basta con dar con el terreno.
Entonces también empieza a comprenderse mejor que la situación de las personas que sufren obedece a causas complejas, difícilmente atribuibles a ellas mismas y que proceden de la historia, de los azares de la existencia o del entorno donde crecieron. No es raro que en ese momento surja la pregunta interior: ¿por qué tú ahí y no yo? Se cae en la cuenta de la condición de víctima de los pobres y excluidos, los motivos que los han llevado a vivir así. No es solo una situación, sino un destino al que han conducido determinadas circunstancias históricas.
En todo caso, no conviene idealizar. Cuando las necesidades son muy elevadas, la horizontalidad es muy difícil. Esa amistad se genera cuando en medio de carencias hay espacios de elevada dignidad humana, no de degradación, y cuando la necesidad no aprieta tanto como para ocupar todo el espectro de intereses de las personas. Pues entonces el riesgo es el de generar relaciones de dependencia, de lo que se hablará más adelante.
Texto 3: Amistad con Jesús
Es vital adquirir un talante humano “amistoso”, esa sana capacidad de vivir la amistad, pues es la condición para poder disfrutar de relaciones significativas. La amistad es siempre un don, porque no se puede forzar, pero solo la recibe quien está dispuesto a ofrecerla.
Para los cristianos hay una relación particularmente importante y configuradora, que es la relación con Jesús. En la espiritualidad ignaciana ocupa un lugar primordial. Ese encuentro con él tiene a veces la forma de diálogo de amistad –“como un amigo habla a otro amigo”, que dice San Ignacio–, pero en los Ejercicios espirituales tiene otras muchas veces la forma de la contemplación. En la contemplación se trata de mirar a Jesús en las escenas del Evangelio e introducirnos en ellas como si estuviéramos presentes. Es una forma de oración pasiva, pero fuertemente transformadora. No hace falta hablar, solo saber estar. Se mira, se siente, se gusta y se colabora en lo que se puede. En ella no hay indoctrinación, solo exposición a la vida de Jesús, a sus sentimientos y sus actitudes.
Contemplar es algo así como mirar amorosamente, empáticamente, cariñosamente. Supone permitir que los sentimientos que tenía Jesús pasen, siquiera por un momento, por nuestro corazón: su ternura, su simpatía, su paz, su libertad, su desprendimiento, su serenidad, su agudeza… Uno no puede dejar de sentir admiración y asombro ante ese hombre, pues todos somos sensibles a la calidad humana.
Contemplar a Jesús como amigo es profundamente transformador. Cambia la sensibilidad, porque modifica la orientación del corazón. Gustan otras cosas y disgustan algunas que antes atraían. Después puede que ya no sepan a nada. De ahí suelen brotar opciones sólidas, que no son mero voluntarismo, sino respuesta agradecida y un dejarse llevar por la nueva sensibilidad así adquirida. Solo así se explican muchas vidas entregadas alegremente entre los últimos.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega